Moi je t`offriraiDes perles de pluieVenues de paysOù il ne pleut pas
Ya estamos rodeados de blanco: ya ha nevado en la ciudad y los montes
que la rodean permanecen congelados. He leído que hoy ya están
encendidas las luces navideñas en las calles principales, pero no las he
visto aún. Fondo oscuro, negro, la noche y luces de colores. Encuentro
una voz negra y las luces de colores de su timbre. Pronuncia el francés
con un acento girado, grueso y vibrante. Mientras la escucho pienso qué
difícil es hacer una buena versión de un tema asociado inevitablemente a
su autor, el grandísimo Brel . Pero Nina es mucha Nina.
Mañana veré el blanco. Esta noche me envuelvo en esta voz negra, y sus colores.
Una de
mis celebraciones favoritas ha sido, hasta hace pocos años, la del día de Santa
Cecilia, patrona de los músicos. Cuando era pequeñaja salía del colegio como
una exhalación, como un torpedo, y con el cómplice permiso de los profesores,
para poder participar en los conciertos que se celebraban ese día en el
conservatorio donde estudiaba. Eran dos premios en uno : poder romper la monótona
rutina lectiva, y cantar con el resto de compañeros ‘musicales’ obras que me fascinaban y despertaron mi
amor incondicional a la música. 'This little babe', del misterioso y enigmático Britten,
el dulcísimo'L’Adieu des bérgers a la Sainte Famille’,
de Berlioz , elección debida a la formación francesa que poseía nuestro
director de coro,
o la
famosísima'Cantata 147' de
J.S.Bach , bella hasta la médula,
,
formaban parte de un repertorio elegido sin concesiones a la juventud de
aquellos niños que éramos entonces. La calidad y el esfuerzo
que nos pedían tenían recompensa: gozar haciendo buena música. Éstas y
otras obras perviven en mi memoria, afortunadamente, y consiguen que en un solo
instante me transporte a aquella infancia feliz y lejana.
Todavía
existía un ingrediente más que siempre asocio a ese día : las nueces de Doña
Cecilia, nuestra vecina del piso superior. Mi madre, detallista, sociable y
extrovertida, me recordaba hábilmente que a Doña Cecilia le haría ilusión si la
felicitaba por su cumpleaños, y, aunque a mí me suponía luchar un poco
con mi timidez, subía corriendo las escaleras en cuanto llegaba del colegio.
Claro, Doña Cecilia se emocionaba ( a su manera, roncalesa), y, siempre, me decía
que esperara un segundo en la entrada de la casa : cuando volvía me ponía en
las manos un par de bolsas llenas de nueces, de los nogales que tenía en un
precioso pueblo del Valle de Roncal . Eran unas nueces pequeñas, irregulares y
sabrosísimas. Ya no he vuelto a comer ninguna que se le pareciera…Bajaba las
escaleras dando saltos, como siempre, ansiosa por mostrar el tesoro, y
contar, como cada año, cómo me había felicitado ella a mí también por ser
‘música’.
En aquel
día, en aquellos Santa Cecilia, no
hacía frío en noviembre, aunque el carbonero siguiera visitando nuestra casa
dejando el reguero de polvo negro de su saco en el camino hasta la cocina.
Tampoco hacía frío en la Catedral o en la iglesia de turno donde cantábamos .
Ni hacía frío en el camino de casa al colegio, ni en los ensayos, ni parecía
tampoco que oscureciera tan pronto. Noviembre y Santa Cecilia eran cálidos,
porque estaban llenos de luz, de nogales, de saltos por las escaleras de casa y
días de nieblas luminosas , en gris y ocre. Estaban llenos de Música. Y nueces.
*
Dedico esta entrada a Pascual Rodríguez Aldave , músico,
compositor, profesor , ex-Director del Conservatorio Pablo Sarasate de
Pamplona, que también fue profundamente innovador, y controvertido en muchos
momentos de su vida,y al que, por su influencia en momentos clave de la mía, debo agradecer haber sido completamente feliz unida a la música. Gracias siempre.
Sin darnos cuenta (al menos yo)
hemos llegado hasta mediados de mes. Hoy hemos tenido un auténtico día
de noviembre, frío, lluvioso y tristoncillo: ideal para abrigarse bien
en caso de querer salir a chapotear charcos.
No sé en qué pensaba Leo Brouwer
cuando compuso esta pequeña pieza para guitarra. Dudo que se inspirara
en la oscuridad de esta época prenavideña, invernal y fría en esta
parte del globo. Quién sabe... Pero la tituló así: Un día de Noviembre.
Como el de hoy.
Siempre que escucho este tema recuerdo el comentario que me hizo
quien me regaló el cd : decía que en ese momento la escena mostraba la
caída de copos de nieve, en un plano que miraba directamente al cielo,
desde el punto de vista del espectador. Nunca ví la película ( Antes que anochezca),
pero la idea quedó archivada en mi mente. De vez en cuando echo mano de
una asociación música-momento de este estilo, que me sugiere
sensaciones, fantasías, o que simplemente, se unen a momentos que
pertenecen a un punto concreto en el tiempo y en el espacio, y que
'registran' , como en un cuaderno de bitácora, pequeñas ( o grandes)
vivencias. Las del día a día que forman la vida.
Últimamente
estoy recogiendo algunas especiales. Por motivos laborales, algunos
días debo madrugar mucho. Cuando camino hacia mi coche, las calles están
absolutamente vacías, no circula apenas nadie, y mientras me acerco a
él, disfruto pensando en el momento en que conectaré la radio. Los doce
minutos que me separan de mi destino suelen ser especiales, mágicos,
absolutamente personales. En esa atmósfera solitaria y oscura, la música
que suena en el dial adquiere una dimensión especial. Suena tan
distinta....!
Cuando doy, después, los buenos días a
los primeros compañeros de trabajo, ya me he transformado. Aún falta un
buen rato para que amanezca, pero yo, ya he 'registrado' una voz, el timbre de algún instrumento, o una
armonía, o una melodía que vuela desde Brasil o desde los años cincuenta, qué más da...., y la voz cálida de algún
locutor. Pequeñas vivencias. Antes de que amanezca.
Hemos tenido un par de días de 'veranillo de San Martín', luminosos y
con temperaturas durante el día más que agradables. Pero llegué aquí
justo cuando atardecía, sin tiempo para haber encontrado la luz del sol.
El pequeño lago queda en zona de umbría, silencioso y húmedo, y el
único consuelo es enviar la mirada hasta el final, hacia los Pirineos
aún limpios de nieve. Estuve muy poco tiempo: nunca me ha gustado esa
sensación de perder la luz en mitad del campo, y sentir el frío y la
humedad, y estos días en los que el ocaso se ha adelantado tanto se
hacen particularmente tristes y extraños. Es tiempo de recogerse en
casa. Caminamos hacia el invierno, ya.
Después de una caminata, a paso rápido, de tres horas, sin
provisiones ni agua ( el deporte favorito de los españoles es la
improvisación y hoy he sido muy, pero que muy española ), con el
cierzo ribero arreciando sobre nuestros cogotes, se imponía encontrar un lugar
para apaciguar la sed y, a ser posible, alguna tapa para acompañar.
Pero el pueblecito más cercano parecía un poblado fantasma del oeste
americano de las películas. Sólo faltaban los arbustos rodantes que
cruzaran la calle principal de los westerns. Ningún bar a la vista, ni
un alma para poder preguntar, y la sed acuciando...
Afortunadamente, algún 'artista' local decidió aprovechar la esquina, y en un 'ejercicio de síntesis minimalista, limpieza de líneas y mensaje diáfano', como diría algún crítico de arte, nos ha mostrado el camino escondido . ¿ Para que decir más ?
Diluvió durante toda la tarde, y después de haber dejado por fin las
maletas en nuestro alojamiento, ya entrada la noche, nos dirigimos a
cenar al único restaurante abierto esa noche, en varios kilómetros a la
redonda. La elección era obligada por tanto , y sólo quedaba comprobar,
después de conducir sobre una carretera que parecía un río iluminado
con los faros del coche , qué íbamos a encontrar. La cena superó con
creces nuestras expectativas, pero la sorpresa vino de la mano del
dueño, que, para acompañar un postre de su creación, nos invitó a
degustar un vino especial, dijo...
Sinceramente, al principio pensé que podía romper el final previsto de la magnífica cena, y añadir un superávit de alcohol que yo pretendía evitar, sólo por el hecho de tener que conducir a continuación.
Pero mi sorpresa fue absoluta. Me enamoré...
Me
faltó tiempo para sacar, entre risas y la euforia provocada por el vino
que había regado la cena, una libreta para apuntar, antes de que fuera
tarde, el nombre de esa delicia desconocida, original como ninguna.
Ahí dejo la pista, por si alguien quiere seguirla, en forma de tapón...
Pero lo mejor es comprobarlo, sin duda ninguna.