Una de las tantísimas cosas que me gustaban de los veranos que pasábamos en casa de mi abuela cuando era pequeña es la cantidad de sucesos que parecían transcurrir por metro cuadrado en Santander. Había de todo. Y además, ese “todo” no existía en mi tranquila ciudad. Entre otras cosas, podías acercarte en tren al centro de la ciudad desde su casa, a 5 km, y transformar un simple desplazamiento en una aventura en la que te sentías ‘viajera’ al comprar el billete de cercanías. Llegar a la Plaza de las Estaciones y sumergirte en el bullicio de personajes variopintos que pululaban por las cercanías era el primer paso para creer que estabas viviendo algo excepcional, lleno de color y sonidos, tan distinto de mi rutina habitual. Y yo lo vivía así.
Siempre retengo especialmente los sonidos de las ciudades, y en este caso, mi recuerdo lo pinta de mil colores : algunos son chillones, otros llevan el canturreo descarado del acento montañés, o alguna sirena de barco cercana, el pitido de los trenes de la estación, e incluso el chirriar de los trolebuses que circulaban en un trazado menos ordenado que el que yo estaba habituada a ver a diario. Me fascinaba. Todo estaba lleno de vida. Esa mezcla explosiva de vitalidad de la ciudad y afectos familiares, unido a mi pasión por todo lo que fuera ver una matrícula de automóvil diferente de las que conocía, sentir la humedad del mar y notar la brisa en la cara…era fantástico.
Y ahora todo permanece, aunque no exista de la misma manera. Pero lo mejor es que, caminando a través del tiempo, al observar con ojos nuevos, y aunque es inevitable echar de menos a las personas que ya no están, existe un punto en el que sobrepasas el velo de la nostalgia y de la distancia. Cuando eso sucede descubres, maravillosamente, que ahí te encuentras tú también. Reconoces tu raíz. Ahí está, y nunca desapareció. El paisaje de interior en el que vives no ha borrado ni una sola línea del dibujo. Siempre he dicho al respecto que me gustaría que ese dibujo se complete del todo, y se llene de nuevo de esos mil sonidos de sirenas y trenes. Y como un conjuro, a veces lo repito, en voz alta…como ahora.