Una de mis celebraciones favoritas ha sido, hasta hace pocos años, la del día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Cuando era pequeñaja salía del colegio como una exhalación, como un torpedo, y con el cómplice permiso de los profesores, para poder participar en los conciertos que se celebraban ese día en el conservatorio donde estudiaba. Eran dos premios en uno : poder romper la monótona rutina lectiva, y cantar con el resto de compañeros ‘musicales’ obras que me fascinaban y despertaron mi amor incondicional a la música. 'This little babe', del misterioso y enigmático Britten,
el dulcísimo 'L’Adieu des bérgers a la Sainte Famille’,
de Berlioz , elección debida a la formación francesa que poseía nuestro
director de coro,
o la
famosísima 'Cantata 147' de
J.S.Bach , bella hasta la médula,
,
formaban parte de un repertorio elegido sin concesiones a la juventud de
aquellos niños que éramos entonces. La calidad y el esfuerzo
que nos pedían tenían recompensa: gozar haciendo buena música. Éstas y
otras obras perviven en mi memoria, afortunadamente, y consiguen que en un solo
instante me transporte a aquella infancia feliz y lejana.
Todavía
existía un ingrediente más que siempre asocio a ese día : las nueces de Doña
Cecilia, nuestra vecina del piso superior. Mi madre, detallista, sociable y
extrovertida, me recordaba hábilmente que a Doña Cecilia le haría ilusión si la
felicitaba por su cumpleaños, y, aunque a mí me suponía luchar un poco
con mi timidez, subía corriendo las escaleras en cuanto llegaba del colegio.
Claro, Doña Cecilia se emocionaba ( a su manera, roncalesa), y, siempre, me decía
que esperara un segundo en la entrada de la casa : cuando volvía me ponía en
las manos un par de bolsas llenas de nueces, de los nogales que tenía en un
precioso pueblo del Valle de Roncal . Eran unas nueces pequeñas, irregulares y
sabrosísimas. Ya no he vuelto a comer ninguna que se le pareciera…Bajaba las
escaleras dando saltos, como siempre, ansiosa por mostrar el tesoro, y
contar, como cada año, cómo me había felicitado ella a mí también por ser
‘música’.
En aquel
día, en aquellos Santa Cecilia, no
hacía frío en noviembre, aunque el carbonero siguiera visitando nuestra casa
dejando el reguero de polvo negro de su saco en el camino hasta la cocina.
Tampoco hacía frío en la Catedral o en la iglesia de turno donde cantábamos .
Ni hacía frío en el camino de casa al colegio, ni en los ensayos, ni parecía
tampoco que oscureciera tan pronto. Noviembre y Santa Cecilia eran cálidos,
porque estaban llenos de luz, de nogales, de saltos por las escaleras de casa y
días de nieblas luminosas , en gris y ocre. Estaban llenos de Música. Y nueces.
*
Dedico esta entrada a Pascual Rodríguez Aldave , músico,
compositor, profesor , ex-Director del Conservatorio Pablo Sarasate de
Pamplona, que también fue profundamente innovador, y controvertido en muchos
momentos de su vida,y al que, por su influencia en momentos clave de la mía, debo agradecer haber sido completamente feliz unida a la música. Gracias siempre.
8 comentarios:
¡Qué hermosísima entrada, cargada de sentimiento, de cariño, de respeto y de generosidad hacia los que te leemos y no estamos tan cerca tuya...!
Un beso grande.
¡Tremendo homenaje a la música! Esa amiga que nos depara tantas alegrías. Biquiños.
Hoy me has emocionado tanto, que solo puedo pedirte que me des un abrazo, gracias
Aunque tarde, felicidades, y gracias por la tuya ayer.
Un beso
Qu'e bonita entrada sisi. Supongo que la punta de tu nariz acabaría renegrida también eh?
Besos.
Jesús.
Eres dichosa, Mari Luz, porque tener una vocación es uno de los mejores regalos que puede ofrecer la vida.
Tus últimas entradas están siendo especialmente bonitas. Aunque normalmente callado, te sigo fielmente.
Querida Mari Luz:
Delicioso el relato que nos regalas, de bellos recuerdos, de música, de alegría, de saltos y de nueces.
Felicidades por ser como eres
Un beso musical
Queridos todos,
mi agradecimiento por vuestras palabras, siempre,
y un fuerte abrazo para cada uno.
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