Llegué con tiempo suficiente para escoger mi butaca, porque sabía que ante un concierto como éste podía quedarme fácilmente sin buenas opciones. El Baluarte aún me resulta desconocido en cierta manera : cada vez que voy ( muy pocas, la verdad ) debo probar nuevas ubicaciones, y algunas veces no son nada buenas...
Y es que yo conocía palmo a palmo la antigua sede, el viejo e incómodo Teatro Gayarre, y en aquel corría directamente a mi “hueco”, encima de los palcos principales, pero con una acústica perfecta y rodeada de los mejores compañeros de butaca: auténticos melómanos “sin caramelos” , o “sin ruiditos en mitad de un pianísimo”, que viene a ser lo mismo. Siempre reinaba la oscuridad ( mágica , muchas veces, cuando reflejaba el calor del escenario) , solìamos pasar mucho calor, las butacas eran incomodísimas, pero era estupendo.
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Ayer tuve recompensa y, por puro azar, terminé sentándome en el lugar reservado a las autoridades. Por una vez, en mucho tiempo, estaba exactamente en el lugar en el que quería estar. Mientras esperaba tranquila, ví como se iba formando una nube de pianistas de la ciudad alrededor de las butacas más cercanas al artista. Suelen hacer eso; sacrifican a veces escuchar un buen sonido con tal de “verle las manos”. Tenía bastante tiempo, así que me entretuve viendo de lejos sus caras conocidas, que hacía mucho tiempo no veía, y me hacían recordar...
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Con puntualidad exquisita, apareció, caminando con seguridad, y totalmente concentrado ya, Zimerman. Saludó al público , se dirigió al piano, y nada más sentarse en la butaca, atacó el primer gran acorde de la Partita nº 2 de Bach. El concierto había comenzado.
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Lo cierto es que al principio me costó reconocer el sonido de su piano. No era el que yo recordaba. Quizás aquella última vez no era el suyo ( este de ayer, que transporta por todo el mundo, sí lo es ), no lo sé. Pero es tan inequívoco el poder de su música, que rápidamente, y sin ninguna sombra más, me dejé llevar.
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¿Qué puedo decir de Bach…? Su profundidad es tan inmensa…como el azul oscuro de un zafiro. Para mí, supone el grandísimo misterio de la música eterna. Y el zafiro lo mostraba ayer Zimerman, con tempo perfecto, claridad absoluta, resolución inigualable de todos y cada uno de los temas, deleite contínuo de timbres, de intensidades, de reguladores, sin pausa, sin duda,…austero, exacto, rotundo.
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La Sonata nº 32, op 111 de Beethoven fue mi primera gran sorpresa de la noche. Consta sólo de dos movimientos, la escribió en un momento especialmente duro de su vida, y , después del primero repleto de dramatismo y fuerza, surge la Arietta : Adagio molto semplice e cantabile que, según decía el programa terminaba con “ una amplia coda que nos transporta hacia regiones etéreas de paz inabordable con trinos en el registro agudo y acompañamiento de fusas en la mano izquierda. Conclusión en pianísimo”.
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Yo no respiré. Creo que lo olvidé. Cada nota, cada trino , el canto, era perfecto, semplice, bellísimo... bellísimo, etéreo pero real. Siempre tempo perfecto, siempre claro, siempre inteligente. Nadie lo puede interpretar como él. Nadie.
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Después vino la Apassionata, que sustituía otra obra del programa, y a continuación, otra maravilla de la noche. Una obra que yo no conocía de un autor que me había encantado en alguna ocasión anterior ( pero en obra sinfónica ), y que me fascinó. Se trata de las “Variaciones op 10 sobre una canción polaca” de Karol Szymanowski, polaco como Zimerman, y al que procura incluir siempre en sus conciertos. Me fascinó. Fue la locura escuchar semejante derroche de técnica, de música, de inteligencia, por parte de los dos polacos…
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Dos propinas y calurosos ( pero desde mi punto de vista, siempre escasos) aplausos, cerraron la noche. Nunca comprenderé por qué los pianistas `presentes en la sala no se pusieron en pie para aplaudir, como hice yo. Es una de los detalles que no me gustan de esta ciudad, que a veces parece olvidar que regalos como la noche de ayer son un privilegio exclusivo en un momento y en un lugar, de alguien que dedica prácticamente su vida a estudiar y a hacer música para los demás…
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A mí sí me llegó el regalo, y quiero despedirme con un matiz final. Esta fotografía pertenece a un cd que compré hace mil años ( y casualmente, fuera de España ) de un Zimerman joven, de ojos grandes (es una de las pocas cosas que no me gustaría perder). Puedo asegurar que ayer, a sus 51 años, tiene la suerte de seguir siendo el mismo joven , con la gran ventaja de tener ahora el pelo completamente blanco, y su edad. Yo también tuve la suerte de disfrutarlo con la mía. Noche para el recuerdo.
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PD: en realidad, podría seguir un ratito más con la entrada, pero creo que he superado el límite de extensión que…Bueno, nunca me planteé uno ( un límite ), pero intuyo que es suficiente. No?
5 comentarios:
Brggggggggggg, me corroe la envidia.
Ne alegro que haya estado bien. Un besito.
Te imagino féliz...por lo que nos cuentas...ya me gustaría a mí estar en cualquier lugar del teatro. Se nota en tu escrito que has vivido momentos muy felices.Un besote enorme y féliz fin de...Angela
Menuda crónica, supera todas las expectativas. Felicidades por haberlo pasado tan bien y estaremos atentos a próximos conciertos.
Saludos,
JP
http://historias-de-jp.blogspot.com
Un montón de besos y abrazos para todos. Me llegan vuestros buenos deseos.
Es muy rico poder escuchar cociertos así, los que uno disfruta de principio a fin.
Un abrazo
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